Érase
una vez un joven que entró al servicio de un importante
caballero. El joven que se llamaba Ferrán y le gustaba escribir todo
lo que sucedía en el día.
Un
día, el caballero le dijo que le enseñara lo que escribía y al
leerlo le gustó lo que el joven Ferran escribía.
Una
tarde, el caballero recibió una visita de un desconocido, que le habló
de encontrar la piedra filosofal, que tenía el poder de convertir el
metal en oro, le dijo que le ayudara con una aportación de
quinientos ducados y que si la encontraba volvería para compartir el
tesoro con él.
Ferrán,
que escuchaba detrás de la puerta escribió todo lo que escuchaba y
cuando su caballero le dijo que le enseñara lo que había escrito se
dio cuenta de que Ferran había escrito que lo habían engañado.
El caballero le preguntó que por qué creía que lo habían engañado y Ferrán le contesto que ese hombre era un tunante y no volvería y el caballero le contestó que a lo mejor se equivocaba y el hombre si vendría.
El caballero le preguntó que por qué creía que lo habían engañado y Ferrán le contesto que ese hombre era un tunante y no volvería y el caballero le contestó que a lo mejor se equivocaba y el hombre si vendría.
Ferran
le dijo que si el alquimista viniera rectificaría lo que había escrito
porque rectificar es de sabios.
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